viernes, 9 de junio de 2017

Ruta del vino Cigales, Valladolid

¿A qué no sabías que en Castilla no sólo se bebe vino tinto? Como zamorano (y con Toro cerca) pensaba que no había cabida para otra bebida que no fuese vino y además tinto.
Que bueno es viajar para darte cuenta de lo que tienen tus vecinos y lo que hacen por sus alrededores. Cigales, tierra de claretes, que es una especie de rosado, pero ni se te ocurra decir que es un rosado porque no te invitan a conocer ni una sola bodega, se corona como uno de los planes más apetecibles de la provincia.

Cuando se lo comenté a mi padre me dijo, "hombre Guillermo, ¿y tú no conocías el clarete?". No sé donde me he metido estos 30 años de mi vida, en ninguna comida familiar ha salido el tema, mis amigos jamás me han hablado de el, y en las celebraciones anuales en Valladolid nunca me han llegado a ofrecer este tipo de vino, ¿de verdad lo debería conocer? Papá, ¡tú eres el culpable!
















Al poner un pié en la capital vallisoletana, nos dirigimos a Valoria la Buena nada más y nada menos que para vestirnos de astronautas en la mitad del campo porque habíamos quedado con la abeja Reina, jefa y dueña de la miel de Montes de Valvení.
Ataviados con nuestros trajes de apicultores, nos fuimos metiendo en un enjambre (nunca mejor dicho) donde un sonido, que nada tiene que envidiar a una pista de aterrizaje, era el protagonista entre tanto silencio humano.

Descubrir lo que pueden llegar a hacer las abejas es alucinante, como se organizan, como trabajan y el poco tiempo que duran, que para ellas es toda una vida claro.
Una cata de mieles rápida a pié de pista con los dueños de Montes de Valvení. No soy muy conocedor de mieles porque es un producto que no me entusiasma precisamente, pero he de decir que la de lavanda esta espectacular, si podéis y conseguís haceros con una, disfrutarla porque es difícil.






Tras una breve visita a la fábrica de chocolates Trapa y a un monasterio residencia de unos monjes construido en el SXI, pusimos rumbo a Casa de la Pradera, una casa de comidas sin pretensiones donde la dueña te pone el perolo en la mesa y ahí está tu responsabilidad y tus digestiones. Comimos un secreto a la brasa que nos dió todas las fuerzas para la actividad posterior.








¿Quién me iba a decir a mi que en el mismo día iba a ejercer de apicultor y de amazona? Hasta La Hijosa que nos llevaron para coger nuestra Rocinante (el mío se llamaba Negro) y dar un paseo por el Canal de Castilla. Será una estampa que jamás se me olvidará, el sol cayendo y nosotros danzando por los campos de Castilla a lomos de este bicho, ¡toda una experiencia!










Y para rematar el día, cena y alojamiento en un lugar que todo caballero (de espada) gustaría probar. Una cena con maridaje (¡ay Dios, ya he dicho maridaje!) con el gran surtido de vinos de Concejo Hospedería. Su anfitrión, Enrique, nos preparó un banquete hasta altas horas de la madrugada con productos de la tierra como los espárragos o unos postres que era un guiño a los sentidos a la hora de probar el vino.

Dormir (y descansar) en La Posada Real Concejo Hospedería fue un acierto para un fin de semana de desconexión de Madrid y es que es el mejor alojamiento enoturístico 2016, y no lo digo yo, lo dicen los expertos.










Tras un desayuno de campeones, pusimos rumbo a conocer la Catedral del Vino en Cigales. El día pintaba que iba a ser 100% alcoholizado entre tanta cata y tanta bodega. El tema deportivo del día anterior había acabado, ¡hemos venido a beber!
Pues así fué, conocimos la Bodega Cooperativa, tomamos vino, y Viñedo Cepa Vieja Quñones, aquí también vino y después fuimos al museo del Vino, donde también recuerdo haber probado vino...vino clarete por supuesto, aunque aquí ya perdí la cuenta.







Necesitábamos empapar porque sino a las 3 de la tarde estaríamos rodando por todo Cigales, y todavía el tema bici no había llegado. Fuimos a comer carnaza a La Cueva en Mucientes, una bodega muy recomendable donde la palabra "escaso" no existe en su vocabulario.












Pedimos una grúa para levantarnos e ir a visitar la Casa Cueva, una vivienda la mar de curiosa donde el agua corriente no llega, pero lo que sí llega es estar en la mitad de la naturaleza viviendo cual hombre de las cavernas. Posteriormente visita al monasterio de Palazuelos (no dejéis de verlo si tenéis oportunidad porque es cuanto menos sorprendente como la unión de la gente hace la fuerza) y paseo en bicicleta por el Canal de Castilla. Y para rematar el día, cena en el bodegón El Ciervo (por supuesto, más carne).

Madre mía, sólo de escribir todo lo que hice me estoy agobiando...¡imagínate vivirlo! El día tiene 24 horas pero para mi me dura como semanas.










Al día siguiente (tenía la sensación de llevar 15 días en Valladolid), nos acercamos hasta la bodega César Príncipe. El dueño, un tío implicado con lo que hace y sobre todo realista, nos dirigió una cata y unas explicaciones de los viñedos que se hicieron de lo más ameno.

Tras visitar el castillo de Fuensaldaña donde me coronaron como Rey (esto lo contaré en algún momento de mi vida), fuimos a la bodega de Emiliano que ya no se hace vino como antaño desde hace unos años, pero que permanece tal cual la dejaron, ¡cómo es la foto de las copas!




Antes de coger el AVE y plaza en un centro de rehabilitación tras un fin de semana de tanto vino, rematamos la jugada en La Dama de la Motilla en Fuensaldaña, un restaurante de banquetes donde los platos de jamón y los productos de Valladolid viste todas las mesas del comedor.

Algunas botellas de vino, 1 kilo de más, y 7 compañeros de viaje fue el cómputo global de un fin de semana de 10 en Cigales. La semana siguiente todo se compensó con un poco de verde y sesión extra de Crossfit, ¡y que me quiten lo bailao!